Cualquier persona que vive en Madrid, y muchos de los que no, habrán de conocer Plaza España. Quien va por allí sabrá que es freiduría cotidiana de guiris y lugar de reunión los viernes y fines de semana de multitud de jóvenes “freaks” y “oscurillos” (a los que yo me sumaba en mi adolescencia). La visión es sin lugar a dudas de plena satisfacción (que, para cuanto podemos esperar de la gran urbe, al mismo jardín de las delicias asemeja). Sin embargo ya casi nadie recuerda y surge, si acaso como una lejana anécdota entre aquellos que ya rozan los 30 o superior, que no siempre fue así.
¿Os suenan los Nazis? Hoy en día ya nadie habla de ellos, la mayoría de la gente los considera una panda de “niñatos” que no tiene ni idea de lo que hacen, unos renegados tales como los yonkis de las esquinas que causan rechazo y pueden suponer una amenaza, pero ya todo el mundo pasa de ellos. En Madrid al menos, no siempre fue así. Anécdotas que ya suenan a leyendas urbanas y una leve sombra en aún ciertos y escasos lugares de Madrid es todo lo que queda en la memoria de los días pasados, pero es que no siempre pudieron los niños jugar en los parques, ni los jóvenes salir a beber por las noches.
La vida tal como era, era muy distinta a como es, pero eso ya no se recuerda pues nunca lo cotidiano es noticia y sus transformaciones pasan desapercibidas a lo largo del tiempo. Y el tiempo pasado no siempre fue mejor. Quien haya vivido en Madrid, en particular aquellos que maduraron en los 90s, sabrán bien de esta realidad, pues en aquel tiempo la palabra “Nazi” tenía un significado bien distinto, pues no representaba a un grupo de marginados despreciables sino un verdadero peligro.
La sangre manaba en la noche y las calles eran suyas. Habrán de hacer un esfuerzo muchos de los ya mayores para darse cuenta de aquella realidad en una ciudad donde el “toque de queda” no era ninguna tontería y las “zonas prohibidas” no eran ninguna fantasía. Lugares como Plaza España, Argüelles (los famosos “bajos”), Moncloa, Serrano y en general algún rincón de los barrios de herencia proletaria (aún en vallekas, aunque allí a costa de más sangre) eran propiedad de los nazis. En todas las zonas existía un grupo que se hacía con las calles y las gobernaban. Los niños no tenían donde crecer.
Cualquier cosa era excusa para su violencia y un adolescente no solo se jugaba llamar la atención en clase por ser un poco diferente y teñirse los pelos de color, se jugaba palizas, se jugaba la vida. Quien tenga cierta madurez habrá de recordar con oscuridad esta época de su vida, sin duda todos conocen a alguien a quien los nazis dieron alguna paliza. Pero entonces ¿qué cambió? ¿es que acaso pasó la moda de ser nazi? No. Hubo gente que estuvo ahí para cambiar esa realidad, no fueron los hados los que nos dieron este futuro mejor, sino la voluntad de la gente, de ciertos héroes anónimos. Desconocida fue esta guerra para los comunes y solo queda su recuerdo en las cicatrices y anécdotas de grupos marginales e informes policiales.
Fue por aquella época cuando se formó la que desde entonces se conoce como Coordinadora Antifascista de Madrid (Fundada en 1989) Estas primeras asambleas de muchos grupos diversos, desde todos los confines de la izquierda desde donde llegaron los más grandes guerreros de esta ciudad, héroes en la sombra que comenzaron a limpiar las calles del miedo y del fascismo. Son los 90 para Madrid una etapa sangrienta en la que se jugó una guerra decisiva para las calles de hoy, donde los nazis ya no hacen suya la calle más que vistiendo un uniforme y siempre refugiados en el amparo del estado, con ello a la vez, recluidos. La historia de los pueblos tiene muchos más héroes de los que nos enseñan y nadie puede imaginar hoy que puede beber tranquilamente en la calle, que puede hacer el idiota vistiendo las pintas más extravagantes en un parque no gracias a los bastardos de la policía, sino a tipos con Bomber, tatuajes o una cresta, con pinta de borrachos y malas pulgas, con capucha negra o pantalones rotos. Poco a poco, en una gesta que duraría veinte años las calles de Madrid fueron volviéndose seguras poco a poco para el común de los mortales y la gente fue perdiendo poco a poco ese miedo que les envolvía las vidas sin que siquiera se dieran cuenta y sin poder imaginarse la guerra que se estaba jugando en su honor.
De hecho, no puede comprenderse si no es dentro de este contexto el desesperado intento que tuvieron de marcar territorio dando un mitin en tirso de molina y el impresionante y arrollador asedio que les impuso no pudiendo más que salir huyendo del lugar gracias al armamento y protección policial. El asesinato de Carlos Palomino así mismo también se entiende dentro de este contexto, este hecho marca la sentencia de muerte de lo que ya eran un unas bandas de Nazis desesperadas y moribundas, culminando con este acto el culmen de su decadencia y el claro principio del fin.
Lo que la gente no sabe es que los meses que precedieron a la muerte de Carlos fueron tan cruentos como los de sus comienzos, con asedios continuados a los centros de la izquierda y auténticos regimientos de antifascistas patrullando las calles en busca de “Cerdos”, en busca de venganza y en búsqueda de poner fin a la misión que tenían para con el mismo pueblo que les margina.
Así mismo, hoy en día, las calles son tranquilas, los nazis no pueden campar libremente y nadie más que la policía impone sus leyes en las calles, en nuestros días no debemos perder la memoria ni la consciencia de cuáles son las fuerzas que mueven la ciudad y sobre las que se asientan los nuevos días. Aún nos queda mucho camino por hacer, y no podemos dejar de recordar a estos héroes así como señalar allí donde están recluidos los mismos demonios que echaron de las calles, es decir, los cuerpos policiales, con ello debemos reclamar, “la felicidad es violenta” y marcar el futuro mejor en el único camino.
La Haine (Especial: Carlos Presente)
La Haine (Especial: Carlos Presente)
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