Al pan, pan, y al vino, vino”. Así presentaba Rajoy su alternativa de gobierno hace unos meses, prometiendo llamar a las cosas por su nombre. Pero esta promesa debía de afectar solamente al pan y al vino, porque a todo lo demás se le iba a cambiar el nombre: al Fraude Fiscal, “incentivación de tributación de las rentas no declaradas”; a los recortes, “reformas estructurales necesarias”; al repago sanitario, “ticket moderador”; a la recesión, “crecimiento negativo”; al abaratamiento del despido, “flexibilización del mercado laboral”; a la sangría de derechos, “austeridad”; al ‘rescate’ financiero, “préstamo en condiciones extremadamente favorables”; al terrorismo machista, “violencia en el entorno familiar”. Cuando prometían que “jamás se subirían los impuestos”, se quería decir realmente que elevarían el IVA, el IRPF, el IBI y lo que haga falta; cuando nos dijeron que “la educación pública estaba asegurada”, había que entender que cerrarían colegios rurales, despedirían a los interinos, bajarían el sueldo a los funcionarios y se vendería la Universidad a las empresas privadas; y por supuesto, ante la idea estrella de que “el empleo es prioritario”, cabía pensar que se iban a destruir cientos de miles de puestos de trabajo en tan solo unos meses. Será que ellos hablan ‘español’, mientras que nuestro idioma es el castellano…
El Estado español es una gran pocilga donde la corrupción, la malversación y el desfalco hace mucho tiempo que dejaron de ser anecdóticos para convertirse en algo consustancial a las propias estructuras y órganos del sistema; desde la Casa Real hasta las máximas instancias del Poder Judicial, pasando por todos los tipos de cargos de designación política, cuesta encontrar algo que no esté infecto, o al menos, que no suelte algún tufillo a nefanda red clientelar de favores, enchufes y sobres por debajo de la mesa.
Para desgracia de quienes sí somos verdaderamente demócratas y creemos en el bien común público como base articuladora de cualquier sociedad avanzada, parece que en el Estado español existe una significativa proporción de gente que recompensa con su voto a estas máquinas de generar sufrimiento al pueblo que son los partidos del Régimen (PP-PSOE); porque conviene no engañarse, desde hace décadas los partidos del sistema son dos, uno vestido de azul y otro de rojo desteñido. Las recientes elecciones griegas han sido paradigmáticas en este sentido, demostrando que Nueva Democracia (PP a la griega) y PASOK (PSOE a la helena) se unirán para seguir machacando a la gente del común a base de ceder toda la soberanía que le queda al país y cerrar el paso a cualquier alternativa de cambio. En el Estado español, Rubalcaba ofreció un gran pacto al PP en materia económica, porque cuando se trata de lavarle los trapos sucios a la Banca no hay fisura ideológica que valga. Igual que en el turnismo decimonónico, en el sistema bipartidista que padecemos el partido que no gobierna no está para hacer oposición, sino para suceder a la otra gran marca cuando ésta está demasiado desgastada de cara a la opinión pública. Sin embargo, tenemos el convencimiento de que los apoyos a estos lobbies menguarán frente al avance del movimiento popular.
Por eso no es casualidad que al día siguiente de que se anuncie el Gran Robo -la infame maniobra para salvar a la banca hundiendo al pueblo-, Rajoy se marche a Polonia a hacerse la foto con los únicos 11 ministros que dan alegrías a muchos ciudadanos de este Estado. Porque ya no se puede confiar ni en Ana Mato, ni en Wert, ni en José Manuel Soria, ni en el tándem Montoro-de Guindos, ni en Fátima Báñez… ¡Claro, están tan preocupados en “generar confianza de cara a los mercados” que se olvidan de que en los sistemas democráticos –que ellos no conocen ni de lejos- quien importa y quien necesita confianza es la gente!
Desde Yesca nos preguntamos cuántas familias de mineros podrían comer con los 500.000 euros en los que está tasado el reloj que luce Rafael Nadal; cuántas pensiones se pagarían con los millones de euros que los jugadores de la Selección se ahorraron tributando en Austria (Eurocopa 2008) y se pretendieron ahorrar en Sudáfrica (Mundial 2010), o en Polonia en caso de ganar la actual Eurocopa; cuántos colegios rurales no habría que cerrar en Castilla si se dispusiera de los ingresos de Fernando Alonso (el piloto mejor pagado de la Fórmula 1). Estos, que se supone que representan el orgullo rojigualdo, desde luego hacen muy poco por sus fanáticos y abanderados seguidores, que no tienen donde caerse muertos pero creen tener mejor estado anímico si gana la Roja.
Quienes hoy ondean tanta banderita española con vanidad deberán caminar cabizbajos hasta el próximo evento deportivo por permitir con su dejadez que España sea campeona; campeona en jóvenes que emigran, en tasa de paro, en medio rural abandonado, en pobreza infantil, en narcotráfico y consumo de drogas, en corruptas redes clientelares, en desigualdad de género, en tortura policial, en casas sin gente y gente sin casa, en destrucción de servicios públicos o en represión a los movimientos sociales. Y es que el Estado español no puede ofrecer más que Eurocopa y Eurovegas, destrucción del medio ambiente, pelotazos a mansalva, políticos que mienten más que hablan y empresarios sin escrúpulos. Eso, guste o no guste, es España: el país de la mediocridad, el país que tapa su basura a ritmo de pasodoble, fútbol y polémicas gibraltareñas.
Con nuevo ánimo encaramos las adversidades; vemos como luchas admirables como la de la minería del carbón, la Marea Verde por la educación pública, las experiencias contra los desahucios, contra el tarifazo en el Metro de Madrid, contra el cierre de colegios rurales, por las fiestas populares, por la Sanidad Universal y de calidad, etc. dan sus frutos, entusiasman y nos animan a seguir en la batalla. Pero esto no es suficiente para plantar cara a la ofensiva neoliberal; el futuro de Castilla y el de los otros pueblos bajo jurisdicción del Estado español pasa por construir un verdadero bloque que aglutine a todas las fuerzas favorables a un cambio de Régimen. Y ahí es donde debemos estar quienes sintamos compromiso con la dignidad del pueblo trabajador.
El Estado español es una gran pocilga donde la corrupción, la malversación y el desfalco hace mucho tiempo que dejaron de ser anecdóticos para convertirse en algo consustancial a las propias estructuras y órganos del sistema; desde la Casa Real hasta las máximas instancias del Poder Judicial, pasando por todos los tipos de cargos de designación política, cuesta encontrar algo que no esté infecto, o al menos, que no suelte algún tufillo a nefanda red clientelar de favores, enchufes y sobres por debajo de la mesa.
Para desgracia de quienes sí somos verdaderamente demócratas y creemos en el bien común público como base articuladora de cualquier sociedad avanzada, parece que en el Estado español existe una significativa proporción de gente que recompensa con su voto a estas máquinas de generar sufrimiento al pueblo que son los partidos del Régimen (PP-PSOE); porque conviene no engañarse, desde hace décadas los partidos del sistema son dos, uno vestido de azul y otro de rojo desteñido. Las recientes elecciones griegas han sido paradigmáticas en este sentido, demostrando que Nueva Democracia (PP a la griega) y PASOK (PSOE a la helena) se unirán para seguir machacando a la gente del común a base de ceder toda la soberanía que le queda al país y cerrar el paso a cualquier alternativa de cambio. En el Estado español, Rubalcaba ofreció un gran pacto al PP en materia económica, porque cuando se trata de lavarle los trapos sucios a la Banca no hay fisura ideológica que valga. Igual que en el turnismo decimonónico, en el sistema bipartidista que padecemos el partido que no gobierna no está para hacer oposición, sino para suceder a la otra gran marca cuando ésta está demasiado desgastada de cara a la opinión pública. Sin embargo, tenemos el convencimiento de que los apoyos a estos lobbies menguarán frente al avance del movimiento popular.
Por eso no es casualidad que al día siguiente de que se anuncie el Gran Robo -la infame maniobra para salvar a la banca hundiendo al pueblo-, Rajoy se marche a Polonia a hacerse la foto con los únicos 11 ministros que dan alegrías a muchos ciudadanos de este Estado. Porque ya no se puede confiar ni en Ana Mato, ni en Wert, ni en José Manuel Soria, ni en el tándem Montoro-de Guindos, ni en Fátima Báñez… ¡Claro, están tan preocupados en “generar confianza de cara a los mercados” que se olvidan de que en los sistemas democráticos –que ellos no conocen ni de lejos- quien importa y quien necesita confianza es la gente!
Desde Yesca nos preguntamos cuántas familias de mineros podrían comer con los 500.000 euros en los que está tasado el reloj que luce Rafael Nadal; cuántas pensiones se pagarían con los millones de euros que los jugadores de la Selección se ahorraron tributando en Austria (Eurocopa 2008) y se pretendieron ahorrar en Sudáfrica (Mundial 2010), o en Polonia en caso de ganar la actual Eurocopa; cuántos colegios rurales no habría que cerrar en Castilla si se dispusiera de los ingresos de Fernando Alonso (el piloto mejor pagado de la Fórmula 1). Estos, que se supone que representan el orgullo rojigualdo, desde luego hacen muy poco por sus fanáticos y abanderados seguidores, que no tienen donde caerse muertos pero creen tener mejor estado anímico si gana la Roja.
Quienes hoy ondean tanta banderita española con vanidad deberán caminar cabizbajos hasta el próximo evento deportivo por permitir con su dejadez que España sea campeona; campeona en jóvenes que emigran, en tasa de paro, en medio rural abandonado, en pobreza infantil, en narcotráfico y consumo de drogas, en corruptas redes clientelares, en desigualdad de género, en tortura policial, en casas sin gente y gente sin casa, en destrucción de servicios públicos o en represión a los movimientos sociales. Y es que el Estado español no puede ofrecer más que Eurocopa y Eurovegas, destrucción del medio ambiente, pelotazos a mansalva, políticos que mienten más que hablan y empresarios sin escrúpulos. Eso, guste o no guste, es España: el país de la mediocridad, el país que tapa su basura a ritmo de pasodoble, fútbol y polémicas gibraltareñas.
Con nuevo ánimo encaramos las adversidades; vemos como luchas admirables como la de la minería del carbón, la Marea Verde por la educación pública, las experiencias contra los desahucios, contra el tarifazo en el Metro de Madrid, contra el cierre de colegios rurales, por las fiestas populares, por la Sanidad Universal y de calidad, etc. dan sus frutos, entusiasman y nos animan a seguir en la batalla. Pero esto no es suficiente para plantar cara a la ofensiva neoliberal; el futuro de Castilla y el de los otros pueblos bajo jurisdicción del Estado español pasa por construir un verdadero bloque que aglutine a todas las fuerzas favorables a un cambio de Régimen. Y ahí es donde debemos estar quienes sintamos compromiso con la dignidad del pueblo trabajador.
Yesca, la juventud castellana y revolucionaria
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