El Unión Berlín anda mal de dinero. Muy mal. Es el segundo equipo de la capital alemana y juega en la segunda división de la Bundesliga. Marcha séptimo y todavía tiene opciones de subir a la máxima categoría. Con un poco de suerte, la temporada que viene podría recibir en su venerable estadio, el Alte Försterei, al Bayern de Múnich, al Borussia de Dortmund, al Schalke 04 y a otros clubes de postín. El Unión Berlín tiene más de 9.000 socios y una afición fiel y cantarina. Podría ser una buena, rentable y divertida inversión para un jeque aburrido o para un oligarca ruso podrido de dinero. Pero no: el Unión Berlín no quiere prostituirse.
La directiva del equipo rojiblanco convocó en noviembre a sus abonados para decidir qué hacían con su estadio. Venderlo parecía la mejor opción para un club al borde de la ruina. Pero nadie quería que el Alte Försterei (traducible como 'la vieja caseta del guarda') pasara a llamarse Emirates, Allianz o algo parecido. Así que el club decidió que vendería su estadio en cachitos y solo a sus aficionados. Se hicieron 10.000 participaciones de 500 euros cada una y se pusieron a la venta durante todo el mes de diciembre. Para que nadie se llamara a engaño, se colocaron grandes vallas publicitarias por todo Berlín, con los rostros avinagrados de Berlusconi, Blatter o Dietrich Mateschitz (dueño de Red Bull) y un mensaje: «Estamos vendiendo nuestra alma..., pero no a cualquiera». De hecho, ningún inversor podía comprar más de diez títulos de propiedad. El Alte Försterei tenía que ser para todos.
Y así ha sido. Por lo común, los aficionados del Unión Berlín no son ricos. La parte guapa de la ciudad siente más simpatías por el Hertha, un club de Primera División con brasileños, serbios, americanos y algún que otro alemán. Desde su fundación, en el año 1966, el Unión creció alimentado por la pasión de los obreros del barrio de Köpenick, gente bullanguera y entregada, pero con el dinero justo para pasar el mes. Para la mayoría de ellos, 500 euros supone un desembolso importante. Sin embargo, cuando escucharon la llamada de auxilio de su club, ni siquiera lo dudaron. El primer día, incluso hubo colas de aficionados que deseaban comprar cuanto antes su pedacito de estadio. En la primera semana, ya habían vendido más de 4.000 participaciones. «Nuestra cultura futbolística tiene muchos seguidores; gente que quiere seguir nuestro camino y solo necesita un pequeño empujón», explica el presidente del club, Dirk Zingler. Para dar ese «pequeño empujón», los aficionados/inversores podían incluso adquirir sus títulos de propiedad a plazos.
«Somos todo corazón»
El Unión Berlín no presume de figuras. Anda tan justo de dinero que apenas puede cerrar dos o tres fichajes y confía en su cantera para sacar adelante los partidos. Pero puede enorgullecerse (y se enorgullece) de tener la afición más entregada del mundo. Cuando, hace unos años, el club afrontó la tarea de renovar el estadio, los dirigentes comprobaron que no tenían dinero suficiente para terminar las obras. Lanzaron otro SOS a sus seguidores, que se pusieron manos a la obra. Más de 2.000 socios cogieron pico y pala y se pusieron a trabajar (gratis) para reformar el Alte Försterei. «Me pasé cien horas fraguando hormigón. Dos semanas enteras de mis vacaciones... incluyendo los domingos», recuerda Frank Fritz, un socio que se acaba de convertir en propietario. Lo dice en las páginas del diario británico 'The Guardian'. La aventura del Unión Berlín suena tan extraña en este mundo de petrodólares y sueldos astronómicos que incluso ha atraído la atención de la prensa internacional. «Los del Hertha solo son felices cuando ganan. Nosotros nos lo pasamos bien en la victoria y en la derrota. Aquí se trata de alma y de corazón», remata Fritz.
Desde su nacimiento, el Unión Berlín ha alardeado de espíritu rebelde. Hoy lucha contra el capitalismo descarnado, pero ayer se las tenía tiesas con el régimen comunista. En la época de la República Democrática Alemana, la temible Stasi (la policía política) manejaba los hilos del Dínamo de Berlín, entonces el principal rival del Unión. Llevar la bufanda rojiblanca y cantar eslóganes contra el Dínamo fue, hasta los años noventa, una manera sibilina de cargar contra la dictadura.
Aunque la venta por trozos del estadio les haya salido bien, el Unión Berlín sabe que su futuro es complicado. Entre tanto, sus aficionados seguirán llenando el Alte Försterei mientras por los altavoces escuchan el himno del club, 'Eisern Union' ('Unión de hierro'), en la voz siderúrgica de una de sus aficionadas más célebres: la diva punk Nina Hagen
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